Mi mano sobre mi mano. Las
palmas, los dedos, el dorso, las muñecas, los brazos.
¿Qué historia se escribe sobre esta piel ajada y añosa? ¿Cuántas pieles ha acariciado? ¿Te has dado cuenta que el tiempo ha pasado sin haberte enterado?
Manos sobre manos. Sobre rostros febriles. Sobre cabelleras sedosas. Sobre frentes amplias y arrogantes.
¿Qué historia se escribe sobre esta piel ajada y añosa? ¿Cuántas pieles ha acariciado? ¿Te has dado cuenta que el tiempo ha pasado sin haberte enterado?
Manos sobre manos. Sobre rostros febriles. Sobre cabelleras sedosas. Sobre frentes amplias y arrogantes.
Pieles con pieles.
Pieles sin sentidos o con muchos sentires.
Brazos que se enlazan y se abrazan.
Palmas que cachetean y
arden. Rostros que se unen firmando la paz.
Cuerpos desnudos que se
rozan y se incitan, o se repelen y huyen.
La piel, ¡majestuosa
creación! para ser sentida, pero también para construir muros contra esa
sensibilidad.
¿Qué dicen
estas pecas ancestrales, tan celtas, tan mías? Tan de soles y sombras. Tan de marcas y borrones.
Caricias, eso es.
¿Cómo se
hacen en estos tiempos de individuos solitarios, en casas unipersonales y meses
de pandemia?
Mis
manos, mi cuerpo, mi piel toda pide a gritos caricias para dar pero por sobre
todo para relajarse sobre otra piel, entregarse y sentir.
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