miércoles, 26 de enero de 2022

Nuevo año.

 

Jueves, casi de madrugada.
Se despertó aturdida luego de una noche de excesos.                            Recuerda que se había montado en su coche rumbo a la fiesta de fin de año de la empresa en la que trabajaba.                                                          

Estaban todos. Bueno… casi todos.  Por suerte sus jefes ya se habían ido antes de su llegada.  Era habitual que se marcharan pronto para evitar tener que escuchar discursos patéticamente hipócritas, o solicitudes de aumento de sueldos que nunca otorgarían.

Se había vestido como si fuera al Teatro Real. ¡Así eran esos eventos!             Miró a su alrededor. ¡No reconocía nada! Escuchó lluvia que era la ducha que caía en el baño.                                                                                                Sus ropas en el suelo entremezcladas caóticamente con…                                  Emitió un grito sordo. Estaba en su casa, ésa que había imaginado desde hacia más de un año. Olió su perfume en la almohada. Creyó que estaba soñando. Desde la cocina su voz le preguntaba si quería un café.              Seguía aturdida.                                                                         

Reconoció su labial en esa copa sobre la mesa. Miró hacia la puerta de la habitación y se recorrieron con la mirada como si recién se conocieran. Se echaron a reír sin freno.                                                                                    Se iniciaba el siguiente capítulo, esta vez más espabilada.  O eso creía.                                               

Ahora toca.

Ya se habían despedido.

Se preguntaba si volverían a encontrarse.

Su relación había sido un tanto incierta. Podían compartir charlas, caminatas, horas de viento o de calma, pero luego de cada hasta luego, se quedaba con una cierta sensación de ¿interrogante sin respuesta?

Eso era exactamente. Tan acostumbrado a sentir que tenía las cosas controladas y esta vez..., pues no.

Lo invadió el temor con disfraz de frío. Temblaba de arriba abajo sin poder evitarlo. Si regresaba se quedaría sin esa libertad que deseó desde el  mismo día en que se había casado.

Ahora estaba libre. Viudo de una viudez dolorosa pero superada.                      Su mente no cesaba de pensar. Tejía algoritmos que lo retrotraían a su profesión.                                                                                                       Dejo de tiritar, y como si todo el calor del universo lo invadiera y pusiera una claridad inusitada, lo tenía decidido.                                                                Se iría sin mirar atrás para seguir transitando su vida como si fuera un adolescente, picoteando flores sin atadura alguna.                                             Se marchó deshaciendo la ruta por la que había llegado, mientras una alfombra de hojas muertas crujía a su paso cantando su alegría.


lunes, 6 de diciembre de 2021

Tonos.

Los últimos meses habían sido de un blanco y negro gélido. Su alma no podía salir de ahí. La única ilusión que iba y venía era la fantasía de unas nuevas vacaciones como las que había tenido hacía unos años con sus amigos tan queridos. 

De repente, en esa ilusión, el telón comenzó a correrse y detrás apareció en escena Cinque Terre, esas costas de la riviera italiana sobre el mar de Liguria.

Comenzó a descubrir los azules intensos sobre los que se dejaban reposar barcos turísticos, barcas de pescadores...

Recordaba las excursiones que planeó con ellos, montándose en La Spezia a uno para descubrir sus costas.

Altas rocas entre marrones y negras por donde brotaba una verde vegetación. Y como emergiendo de la nada, casitas casi esculpidas entre tanta belleza dando señales de seres humanos habitando esos lugares tan escarpados.

Escucha como en sueños el ruido de las olas que impregnan de blanca espuma tanto costas como embarcaciones. El sonido romántico del hablar de las personas en distintos idiomas, los clicks de las cámaras plateadas cansadas de inmortalizar esos recuerdos.

Su sueño había teñido de colores vivos y vívidos su imagen triste del comienzo.

Tal vez pronto, se dijo, pudieran nuevamente encontrarse y abrazarse para compartir hermosos momentos juntos llenos de color, calor y vida.

 

 

­­­­­­­­­­­­­

 
­­­­­­­­­­­­­


Salón de manos.

Se estaba acercando la Navidad.

Tenía cita. La estarían esperando.

En la entrada del escaparate una minúscula planta de Pascua tímidamente invitaba a la celebración. Como contrapartida en una esquina del local un inmenso árbol con bolas color fresa y luces bien brillantes adornaba el espacio. En la cúspide una estrella igual de enorme equilibraba la pomposidad.

Había ido a lo de Mar para que le hiciera la manicura acorde con la fecha.  Unas uñas de un Ferrari rabioso con algunos dibujos en purpurina.  Todas en el lugar estaban predestinadas a esmaltar tanto manos como pies en conmemoración. Así lo imponía la moda.

Una vez finalizada la sesión, se encaminó a abonar lo que debía. Pensó que esos días, y habiendo visto todo con tanta opulencia, el importe del servicio sería carísimo. Se acercó al mostrador donde la esperaba la cajera con una gran sonrisa color frambuesa. Hizo la cuenta y le dijo: son 40€. ¡Sí que resultaba excesivo el importe! - pensó.  Intentó que no se notará que se había incendiado de ira. Sacó la tarjeta y se dispuso al pago.

Su inconsciente le falló. Sacó la tarjeta del abono transporte. La chica la miró como preguntándole si le estaba tomando el pelo. Le rió alocadamente, asintiendo. La guardó y sacó un billete de 50€ y pagó. Saludó a todas, y huyó raudamente por la vergüenza que pronto se le pasó. Llegó a su casa y admiró su planta de Pascua extremadamente más bonita que esa escuálida y cutre que aparecía en el salón de manicura. 

Girasoles.

Era su primera clase de pintura. Ya tenía algo de nociones autogestionadas en soledad, pero necesitaba o más bien, le habían prescripto abrirse al mundo social.

Abrió la puerta del taller y se encontró con varios personajes. Si no parecían seres humanos comunes y corrientes. Todos llevaban batas amarillas con sus respectivos sombreros adornados con un girasol sonriente.

Pensó: “¿estaré soñando? ¿Esto es una alucinación?”

El profesor vio su cara y sus ojos desorbitados. Se acercó y se presentó. Era Pedro, un artista bastante reconocido por estrafalario y extravagante pero, con dotes muy creativos. Les presentó a sus compañeros que la saludaron juntando sus manos en tono Buda y la miraron recorriendo su figura de arriba abajo. Ella dijo su nombre. “Soy Ana”.

La mesa era enorme de unos 4 metros por 2... No había caballetes.

Pedro emitió la consigna, y... ¡Hala!... A pintar.

Ella eligió aguadas con las que estaba bastante familiarizada. Cogió agua, empapó el papel para acuarelear su imaginación. Sólo tenían un color. Sabía que con más o menos cantidad de agua se trazaría una imagen tenue o tremendamente potente. Cerró los ojos, y ¡su pincel comenzó a bailar escuchando el repiqueteo de los tambores que había visto antes de entrar a clase! Un poco de amarillo por aquí y bastante más por allá. 

Pedro la miraba extasiado. No entendía lo que estaba haciendo aunque algo se estaba gestando en ese papel. El ritmo seguía a intensidades que ella desconocía. No podía parar. Luego de un tiempo que le pareció eterno, abrió los ojos y allí estaba. Una pareja de derviches dorados sugerían girar y girar sin marearse.

La escena se detuvo. Los tambores dejaron de sonar. Parecía embriagada por un vino que no había bebido, pero que le hacía sentirse flotar y flotar. 

Sus colegas amarillos la miraron, sus girasoles la saludaron. Y ella entendió que había hallado su espacio tan loco y cercano como su propia mente.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Caricias

Mi mano sobre mi mano. Las palmas, los dedos, el dorso, las muñecas, los brazos.
¿Qué historia se escribe sobre esta piel ajada y añosa? ¿Cuántas pieles ha acariciado? ¿Te has dado cuenta que el tiempo ha pasado sin haberte enterado?
Manos sobre manos. Sobre rostros febriles. Sobre cabelleras sedosas. Sobre frentes amplias y arrogantes.  
Pieles con pieles. Pieles sin sentidos o con muchos sentires.
Brazos que se enlazan y se abrazan.
Palmas que cachetean y arden. Rostros que se unen firmando la paz.
Cuerpos desnudos que se rozan y se incitan, o se repelen y huyen.
La piel, ¡majestuosa creación! para ser sentida, pero también para construir muros contra esa sensibilidad.
¿Qué dicen estas pecas ancestrales, tan celtas, tan mías? Tan de soles y sombras.  Tan de marcas y borrones.
Caricias, eso es.
¿Cómo se hacen en estos tiempos de individuos solitarios, en casas unipersonales y meses de pandemia?
Mis manos, mi cuerpo, mi piel toda pide a gritos caricias para dar pero por sobre todo para relajarse sobre otra piel, entregarse y sentir.

La vida.

Estoy en mi despacho intentando frenar los pensamientos que se agolpan sin cesar. Me sirvo una taza de té a ver si logro mi objetivo. Huele de maravilla. Me remonta a esas tierras desérticas con oasis esparcidos de tanto en tanto.                                                                 Suena el teléfono y me trae nuevamente a la realidad.                                                                  Es el hijo de Julián contándome lo mal que sigue su padre, que no encuentran la causa de su fiebre, que lo ve que se va y no puede hacer nada. ¡Impotencia compartida!                               Me descubro acariciando el mouse del ordenador, tal vez es lo que necesito hacer con este hijo triste al que sólo puedo escuchar. No sé mucho que decirle. Sólo acompañarlo en su desconsuelo.                                                        Parece que mi mente se ha calmado, pero mis ojos desprenden dos gotas como de despedida a este hombre grande y corpulento que hace veinte días envié al hospital. Huelo el roibos a ver si me transporta. Pero no logro volver a la sabana.                                                 Ley de vida, dicen unos, ¡qué pena digo yo!         ¡Qué dolor!, sentirá Lucas.                                                             

¡Qué día!

Era otra húmeda mañana de un agosto caluroso.

Se levantó cansada y con dolor de cabeza. Había pasado mala noche.

Decide como cada día servirse una taza fresca de limonada e ir a sentarse en el portal de su cabaña. Los ojos se le cierran. Está agotada. Sin percatarse de casi nada, se encuentra escuchando la brisa de los árboles y el trinar de los pájaros, los mismos que se posan en su jardín a picotear en el césped. Desde lejos una cacatúa saluda al sol y el resto de las aves parecen formar una orquesta que la envuelve. Mira a su alrededor y sólo ve árboles altos, muy altos y algunas palmeras esparcidas hacia el este.

Anoche han discutido y él se marchó dejándola sola y sin excusas. Estaba emparejada, mal emparejada mejor dicho, con el encargado de la plantación, que se encargaba de todo lo referente a los gastos, los empleados, la siembra. Casi todo. Es lo que él le hacía creer al dueño del lugar con el que ya había tenido alguna discusión. Todos sabían que era ella la que dirigía la batuta. Pero en esa sociedad machista no había opciones para que una mujer lo hiciera.

Está agobiada imaginando cual será su futuro.

Desea no volver a verlo, pero sabe que ha perdido todo, su vida, su trabajo, su sentido.
Ve que se acerca una bicicleta. Es el cartero. Se saludan amablemente. Él le entrega un sobre. El remitente es del dueño de la casa. 

La abre y... ¡Su cefalea desaparece y se siente viva otra vez!


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Abuela yeah yeah!

Les sirvo el Colacao con churros ahora o más tarde?
Ya lo sé, quieren el chocolate calentito que hace frío. Y mientras nos lo tomamos, les voy a contar una historia. Quizás sean un poco pequeños para entender, pero...
Cuando yo tenía unos 18 años, unos pocos más que ustedes, vuestra bisabuela quería que yo estudiara costura, para ser modista de alta costura como ella, o para ser secretaria ejecutiva bilingüe. Yo odiaba la costura, pero como saben, ella era una pesada importante.
Había salido del instituto y ninguna de las dos opciones me gustaban. A mi me fascinaba pintar. Ir a estudiar bellas artes. Imaginen en aquella época. Los hippies cantando canciones de paz y libertad, disfrazados, fumando y drogándose por ahí, como ella decía. Estaba como una puta cabra.
Hice lo que me pedía, para que me dejara tranquila y poder sacar tiempo para dedicarme a lo mío. Me inscribí en la academia de pintura por la noche. Se enteró mucho tiempo después. Casi me mata. Decía que me moriría de hambre. No hice ni caso. Y ahora con mi edad, sigo pintando, expongo y hasta doy clases con las mismas ganas y pasión de siempre.
Siii. No me miren así. Tienen una abuela que hizo lo que amaba y le fue bien.
Por eso, a vivir haciendo lo que les guste
 Más vale perseguir las pasiones por uno mismo a aceptar el infierno de otros.
Los quiero mis amores.
Quieren más chocolate?

Sin prisas.

Por fin de vacaciones! Igualmente creo que seguiremos en esta situación por el resto de nuestros días. 
No piensas eso Juan?
Bueno Chelo algo así parecido, pero por fin nos tomaremos el tiempo para viajar, eso que tanto añoramos. A ver qué nos depara este país que no conocíamos.
Te parece que vayamos a ver algún museo a ti que tanto te gusta la pintura? 
Juan, podemos hacer todo lo que nos plazca. Caminemos un rato para descubrir sus calles, sus gentes, ese olor a café, que según dicen es uno de los más exquisitos del mundo. 
Vale Chelo. Me encanta el tono y el ritmo de su lenguaje. Te acuerdas que te dije que me gustaría aprender su idioma?
Es verdad. Podrías empezar ahora mismo mezclándonos con sus habitantes y pronunciando las pocas palabras que sabemos a ver si nos entienden. 
Hay un idioma universal cariño. El de las señas. Nos hacemos entender, y si no es posible, pues con el móvil usamos el traductor y ya.
Es cierto, las nuevas tecnologías nos lo hacen más fácil. No te resulta extraño estar andando sin prisas tomados de la mano y con una mochila al hombro?
Extraño, extraño, no. Lo vemos a diario en Madrid. Esos turistas que quieren descubrir todo en tres días. Por suerte nadie nos apura. Mira. Ahí hay una cafetería. Nos sentamos y tomamos uno?
Qué buena idea! El día recién empieza. Sus calles seguirán en el mismo lugar y nosotros nos perderemos por ellas a nuestras anchas 

Llámame.

Te he estado llamando pero no coges el teléfono. No puedo esperar contarte lo que me ha pasado hoy. Estoy súper emocionada. Si parece un sueño hecho realidad!
Te parecerá que este mensaje es una lata, pero cuando lo escuches me llamarás corriendo.
Hoy a la salida del instituto, después de que la madre superiora cerrara la puerta,  nos fuimos todos juntos como siempre.
Qué tonta, si salimos juntas!
Cuando te fuiste me quedé charlando, cotilleando la verdad, con algunos de los compis.
Y a qué no sabes? Claro que no. Por eso te lo cuento.
Todos se fueron menos Ignacio, ese chico nuevo del otro curso que está tan guapo, el que te comenté que me tenía loca. 
Bueno... Pues que quiso acompañarme. Palabras van palabras vienen, me dijo (si hasta todavía me ruborizó) que le gustaba. No pude negarle que a mí me tenía trastornada. 
Me invitó a un helado. No tenía muchas ganas, pero con tal de estar con él un rato más, lo acepté. Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta la esquina de casa. Nos dio vergüenza llegar hasta la entrada y nos despedimos allí mismo. 
Y a qué no sabes? Me besó! Siiiiiiiii, me dio un beso dulce (todavía sabía a fresa su beso) y luego otro y otro.
No daba crédito. Pero seguía ahí. Los dos mirándonos como separados del mundo. Nos separamos con otro más cálido aún y un hasta mañana.
Espero tu llamada.
Anotaré en mi diario este día.
Fue lo más.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Tu foto.

Ayer tarde hablé con ella. Charlamos de todo un poco. Vivimos tan lejos y con horarios tan dispares, que ha sido como un abrazo amoroso casi presencial. 
No hubo video llamada. No podíamos vernos. Sólo intuirnos, sabernos cerca.
Mañana estaremos de fin de semana y podremos seguir con tiempo.
Promete llamarme, pero conociéndola, seguro que se le pasará. 
Me aferro a una foto y la imagino en este día otoñal por aquellos lares.
Hoy discurre su sábado.
Se siente relajada luego de una semana de intenso trajín. 
Se sienta plácida y gentilmente detrás de su escritorio. Si parece contorsionista! Le encanta poner su pie sobre la silla, como cuando era una niña. Sería su postura habitual de jornadas tranquilas y felices.
Alguien, así, desprevenidamente, osa tomarle una foto a la que ella parece ofrecerse sin regatear. Mira a la cámara con su sonrisa sin igual, y.... flasss. La mejor imagen quedó plasmada. Es una hermosa mujer, de entre casa, de descanso, de desenchufe. 
El móvil que la acompaña, reposa sobre una página del libro de turno. Lee uno u otro? Los dos?
Parece que hace fresco. Pero ella es cálida, entregada, transparente como un cielo igual de celeste que su abrigo.
Esta es su mañana y mi tarde de no hacer nada. Ella lee, yo escribo. 





Ritual.

¿Qué tal?
¡Hace tanto que no te veo!
Pero te recuerdo muy seguido últimamente.
Eras un hombre alto. Muy bien parecido. De la vieja usanza. 
Elegante hasta para ir a comprar el pan o llevar a las chicas al colegio. Camisa de mangas largas y corbata para el otoño,
y de mangas cortas en verano. Pantalones oscuros y altos, con el infaltable cinturón a tono.
Una cuerda colgada al cuello perforaba una nuez moscada que según decías, ahuyentaba no sé qué fantasmas. Unos 
calcetines altos, los cortos no eran de tu estilo, y unos zapatos impecables que lustrabas con prolijidad antes de 
calzártelos.
Y ese gesto tan tuyo antes de abrir la puerta para salir. Cogías tu sombrero de copa ancha, negro o marrón, dependiendo.
Era todo un ritual. Tomarlo entre las manos, mirarlo bien, como si nunca lo hubieras visto. Llevártelo a la cabeza. Que 
encajara suave pero firme. Y con ese ademán tan tuyo de: ya está.
Me gustaría volver a vértelo poner. Pero te tengo en mi memoria.
Te extraño papi.

Cita a ciegas...

A él le llama la atención su sonrisa. Es lo primero que vio.
Mujer adulta escondiendo su mirada detrás de esas enormes gafas.
¿Pelo teñido? Seguramente, esas canas que quizás ya inunden su cabeza
descubrirían sus años, a pesar de su apariencia.
Él piensa que a ella le gusta acicalarse, y que se la vea. De ahí los largos pendientes plateados y blancos que cuelgan de sus orejas. La ve feliz, sin ataduras. Pero le queda una duda... ¿Por qué se fotografía detrás 
de un barrote? ¿De qué lado está? ¿Dentro o fuera? ¿Delante o detrás?
Le gustaría hablar con ella para que le cuente si su vida es tan luminosa como el fondo de esa estampa. Si tiene risa fácil o sólo para determinados momentos. Si le molesta tanto el sol que necesita cubrirse.
Sabe que una foto es sólo una aproximación, un inicio de una relación que tal vez pueda ser.
Él ha enviado la suya. Ella está en la misma situación. Le gustó lo que muestra. Ahora debe escribir algo para iniciar el diálogo.
¡Se descubre a su edad tratando de conocer a alguien con métodos tan raros! Sabe que es como se hace en estos tiempos. Lo medita un día y otro. Le da un poco de coraje.
Un día se decide. Espera que un "hola, ¿qué tal?" pueda ser el comienzo de una conversación interesante, con una mujer que también lo parece.
A esperar la respuesta.
Pasan los días hasta que un sonido del móvil le avisa que tiene mensaje. 
Lo lee y...

domingo, 7 de noviembre de 2021

Sabandija.

Era verano? Primavera? Sólo sé que un sol radiante lo cubría todo. Era un glorioso fin de semana en el campo.

Allí íbamos con el que era mi chico. La finca de su abuelo en las afueras, bien afueras, de Buenos Aires. Su padre era el encargado del tambo.

Luego de casi tres horas de viaje, ahí estábamos.

Una llanura verde con olor a vida detrás de la tranquera se abría ante mis ojos. Nos recibieron los perros con su ladridos conocidos y sus rabos en danza a la espera de nuestras caricias.

Yo miraba buscándola.Y allí estaba. La Sabandija, una yegua percherona. Alta, enorme, marrón. Su cabeza se erguía entre elegante y orgullosa, y una mancha blanca a lo largo de su hocico endulzaba sus facciones. Largas crines renegridas se ofrecían sobre sus ojos saltones y profundos. Su mirada firme pero tierna.
Torso robusto. Patas fuertes, como para soportar su peso y el del jinete, con cascos amplios y grises. Una cola lanuda, igual de oscura, casi le llegaba al suelo.
Me acerqué lentamente. Me saludó con su relincho de bienvenida. Reposé mi cabeza mientras abrazaba su cuello. Sentí que me invitaba a montarla. Cuántas ganas tenía.

Juntas nos fuimos, primero a paso lento y luego a todo galope, a disfrutar del día.

Otoño.

Estación de espacios naranjas, amarillos, ocre, como la miel de los panales.
De sabores más tibios y dulces.
De amaneceres tardíos.
De atardeceres precoces.
De humedades matinales que empañan rutas y campos.
De hojas que caen como la lluvia en la tormenta.
De alfombras crepitantes en calles casi vacías.De silencios compartidos con ése que regala el espejo.
De cobijos y úteros introspectivos y cálidos.
De soledades pandémicas.
De días de lectura.
De tardes de mantas.
De noches abrigadas.
De cosechar lo sembrado y de conservas caseras.
De replegarse.
De adormecerse y soñar con pasiones casi perdidas.
De notas y silencios, como se escribe la música en  pentagrama de la vida.

La maleta verde manzana.

Una maleta verde manzana, las de cabina, vieron?

Camina a mi lado, sin que nadie la dirija.
La observo intentando ver los hilos o las manos que la mueve. Pero nada, nadie!
Intento no hacerle caso. Me detengo y ella.... se detiene a mi vera. Corro y ella me sigue. Me asusto, creo que he perdido la cabeza. Me cubro los ojos con mis manos enguantadas. Escucho cómo el carro se aleja.

Despacio, muy despacio abro mis ojos y ya no la percibo cerca. Miro alrededor y la veo que me llama, como para que la siga.

El miedo ha desaparecido. Voy hacia ella 
Me muestra una calle iluminada en una noche húmeda. Parece que me habla y me guía.

La sigo. Una calle, otra, otra. No llego a ninguna parte. Estoy en alguna parte.

Se detiene debajo de un farol alto, renacentista, que destella calor.

Escucho cantos gregorianos que salen de un gigantesco edificio que no había visto.
Estoy delante del Sacre Coeur.

Mi piel se eriza. Mis ojos lagrimean.

Y....... Ahí me despierto.  

lunes, 25 de octubre de 2021

Remedios.

Mi abuela no era de palabras. Era de hacer, hacer, hacer. De hecho, no sabía leer ni escribir. Fue madre soltera a principios del  siglo pasado, que era mucho hacer. Se subió a un barco. Y después de quien sabe cuántos días y sus noches, con sus compañeros de travesía en una tercera o  cuarta clase (que es la clase en donde viajaban los pobres), y en los que debió haber pasado frío y hambre, llegó al puerto de Buenos Aires para iniciar una nueva vida. Nunca dijo nada de todo esto. Ni porque se fue de su aldea, un perdido pueblo allí por Lugo, al que nunca más vería.                      Cuenta un vecino del pueblo, al que conocían por Mr músculo, que la recordaba correr por sus campos, riendo feliz de la mano del que era su hombre, un fontanero bretones. Hasta conoció el fruto de ese amor, una niña, mi madre.                                                                  Una vez que se marchó supusieron  que habían partido juntos, ya que a él no volvieron a verle. Según este aldeano, así actuaban las  parejas que pasaban por lo mismo. Dejaban al hijo con la familia y una vez ubicados en  el nuevo país, los mandaban buscar. Aparentemente así era más fácil instalarse y tramitar el reencuentro para cualquier pareja de inmigrantes. Pero no fue su caso. Nunca conocí a mi abuelo biológico.                                                                  Se habrán subido a barcos distintos?                                                                                          Parece ser que esto era bastante más habitual de lo esperado.

Jamás se supo. Jamás lo dijo.

Mi abuela Remedios no era de palabras. Era de hacer.                                                                              La recuerdo ensimismada en la cocina, cocinando para su pequeña familia.    Tejiendo incansable abrigos preciosos que nos calentaban en los días de invierno. 

Años después de su llegada,  se casó con otro gallego, de Ourense, éste, que había llegado huyendo de la guerra contra Marruecos. Y él, además, adoptó a su hija.

Mi abuela no era de palabras.

Hizo de ese hombre mi abuelo, tan de risas y panderetas. De cantos y jotas, al que adoré desde el alma y con todo mi corazón.                                                                                                                          Cuando me enteré parcialmente de esta historia, mi abuela ya no vivía.                          

Mi abuela no era de palabras.

Hizo de la muerte el lugar de las palabras y de su historia nunca dicha.