jueves, 17 de junio de 2021

Just do it!

No quería ir.
Ni menos entrar.
Le causaba una emoción extraña, como de extrañas eran sus sensaciones últimamente.
Pero se dijo: just do it. Vamos, vé.
Y hacia allí fue. 
Aparcó el coche y bajó.
Se fue acercando a la entrada.
Las puertas automáticas se abrieron como en un abrazo postergado.
De pronto, allí estaba, dentro de ese local del que creía no acordarse de casi nada.
Le invadieron recuerdos de otras épocas.
De sus primeros meses de inmigrante, a donde iba con los ojos grandes y el corazón fruncido en busca de todo aquello que se necesita en una casa: alimentos, productos de limpieza y demás, desconociendo precios, artículos,  leyendo en las etiquetas para saber de que se trataba y para que servían, en donde no se podía  comparar casi nada, descubriendo como una niña, lo que en su país no había.
Con miedo a gastar mucho, no fuera a ser que no alcanzase para llegar a fin de mes (con lo que estaba bien familiarizada). Queriendo llevarse casi todo para probar, intentando hacerse a un lugar tan nuevo, tan añorado, tan diferente.
Le entraron ganas de llorar, tonta de ella, se decía.
Y como era su costumbre, se contrajo.
Ya llevaba más de 10 años instalada y sus últimos 6 en su querido pueblo.
Fue en ese discurrir en el que se preguntó cómo no había podido ser consciente de tanto cambio, no sólo de territorio, sino en si misma.
Esa pandemia había hecho que surgieran temas que equivocadamente suponía superados.
Sus muertos reaparecieron para hacerle darse cuenta cuanto los había amado, cuanto los echaba de menos, y su imposibilidad de haberlos duelado. Siempre hubo que seguir y seguir, sin detenerse a sentir.  
Por su cabeza también surgieron sus fracasos, gracias a los que pudo aprender y crecer, sus amores con quienes supo de abrazos y caricias.
Las risas, los llantos, las alegrías, las tristezas, la vida misma.
Le pareció muy tonto que la simple visita a un supermercado le hubiese producido este alboroto emocional.
Después de descartar esto menosprecio a sí misma, entendió.
Sus últimos meses habían sido de un arduo, doloroso y desgarrador encuentro con lo que había escondido debajo de un caparazón que lo único que le permitía era  hacer, hacer  y hacer.
Esa actitud incansable le permitió transitar por la impotencia,  la responsabilidad,  el miedo, la realidad  de un virus del que se iba conociendo día tras día. la finitud, la muerte. Que había estado junto a sus compañeros de trabajo, en primera línea en una trinchera de lo que había parecido una guerra.
Eso le había cobrado su factura.
Por vez primera se percató que se había perdido de mucho.
Pero no estaba dispuesta a continuar en automático.
Ya era tiempo de seguir adelante con el corazón en la mano, con los cinco o más sentidos, con los poros bien abiertos para recibir el viento de la mañana, o la lluvia, o el calor, o lo que se presentase delante.
Sabía que era posible, o por lo menos, estaba en ello.
Escurrió las lágrimas que se habían desbordado sin permiso.
Recorrió los pasillos del lugar.
Compró lo que la había llevado ahí.
Saludó con una sonrisa a la cajera.
Pagó
Y se fue tan reconfortada como si hubiera descubierto un nuevo horizonte frente a sus ojos.
Subió a su coche y condujo rumbo a su hermoso piso.
La aguardaba una ducha reparadora.
Un cuaderno nuevo y un boli en donde comenzar a escribir nuevas historias, algo que le encantaba y que por tanto tiempo había olvidado, también estaban prestos a su servicio.