domingo, 28 de noviembre de 2021

Caricias

Mi mano sobre mi mano. Las palmas, los dedos, el dorso, las muñecas, los brazos.
¿Qué historia se escribe sobre esta piel ajada y añosa? ¿Cuántas pieles ha acariciado? ¿Te has dado cuenta que el tiempo ha pasado sin haberte enterado?
Manos sobre manos. Sobre rostros febriles. Sobre cabelleras sedosas. Sobre frentes amplias y arrogantes.  
Pieles con pieles. Pieles sin sentidos o con muchos sentires.
Brazos que se enlazan y se abrazan.
Palmas que cachetean y arden. Rostros que se unen firmando la paz.
Cuerpos desnudos que se rozan y se incitan, o se repelen y huyen.
La piel, ¡majestuosa creación! para ser sentida, pero también para construir muros contra esa sensibilidad.
¿Qué dicen estas pecas ancestrales, tan celtas, tan mías? Tan de soles y sombras.  Tan de marcas y borrones.
Caricias, eso es.
¿Cómo se hacen en estos tiempos de individuos solitarios, en casas unipersonales y meses de pandemia?
Mis manos, mi cuerpo, mi piel toda pide a gritos caricias para dar pero por sobre todo para relajarse sobre otra piel, entregarse y sentir.

La vida.

Estoy en mi despacho intentando frenar los pensamientos que se agolpan sin cesar. Me sirvo una taza de té a ver si logro mi objetivo. Huele de maravilla. Me remonta a esas tierras desérticas con oasis esparcidos de tanto en tanto.                                                                 Suena el teléfono y me trae nuevamente a la realidad.                                                                  Es el hijo de Julián contándome lo mal que sigue su padre, que no encuentran la causa de su fiebre, que lo ve que se va y no puede hacer nada. ¡Impotencia compartida!                               Me descubro acariciando el mouse del ordenador, tal vez es lo que necesito hacer con este hijo triste al que sólo puedo escuchar. No sé mucho que decirle. Sólo acompañarlo en su desconsuelo.                                                        Parece que mi mente se ha calmado, pero mis ojos desprenden dos gotas como de despedida a este hombre grande y corpulento que hace veinte días envié al hospital. Huelo el roibos a ver si me transporta. Pero no logro volver a la sabana.                                                 Ley de vida, dicen unos, ¡qué pena digo yo!         ¡Qué dolor!, sentirá Lucas.                                                             

¡Qué día!

Era otra húmeda mañana de un agosto caluroso.

Se levantó cansada y con dolor de cabeza. Había pasado mala noche.

Decide como cada día servirse una taza fresca de limonada e ir a sentarse en el portal de su cabaña. Los ojos se le cierran. Está agotada. Sin percatarse de casi nada, se encuentra escuchando la brisa de los árboles y el trinar de los pájaros, los mismos que se posan en su jardín a picotear en el césped. Desde lejos una cacatúa saluda al sol y el resto de las aves parecen formar una orquesta que la envuelve. Mira a su alrededor y sólo ve árboles altos, muy altos y algunas palmeras esparcidas hacia el este.

Anoche han discutido y él se marchó dejándola sola y sin excusas. Estaba emparejada, mal emparejada mejor dicho, con el encargado de la plantación, que se encargaba de todo lo referente a los gastos, los empleados, la siembra. Casi todo. Es lo que él le hacía creer al dueño del lugar con el que ya había tenido alguna discusión. Todos sabían que era ella la que dirigía la batuta. Pero en esa sociedad machista no había opciones para que una mujer lo hiciera.

Está agobiada imaginando cual será su futuro.

Desea no volver a verlo, pero sabe que ha perdido todo, su vida, su trabajo, su sentido.
Ve que se acerca una bicicleta. Es el cartero. Se saludan amablemente. Él le entrega un sobre. El remitente es del dueño de la casa. 

La abre y... ¡Su cefalea desaparece y se siente viva otra vez!


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Abuela yeah yeah!

Les sirvo el Colacao con churros ahora o más tarde?
Ya lo sé, quieren el chocolate calentito que hace frío. Y mientras nos lo tomamos, les voy a contar una historia. Quizás sean un poco pequeños para entender, pero...
Cuando yo tenía unos 18 años, unos pocos más que ustedes, vuestra bisabuela quería que yo estudiara costura, para ser modista de alta costura como ella, o para ser secretaria ejecutiva bilingüe. Yo odiaba la costura, pero como saben, ella era una pesada importante.
Había salido del instituto y ninguna de las dos opciones me gustaban. A mi me fascinaba pintar. Ir a estudiar bellas artes. Imaginen en aquella época. Los hippies cantando canciones de paz y libertad, disfrazados, fumando y drogándose por ahí, como ella decía. Estaba como una puta cabra.
Hice lo que me pedía, para que me dejara tranquila y poder sacar tiempo para dedicarme a lo mío. Me inscribí en la academia de pintura por la noche. Se enteró mucho tiempo después. Casi me mata. Decía que me moriría de hambre. No hice ni caso. Y ahora con mi edad, sigo pintando, expongo y hasta doy clases con las mismas ganas y pasión de siempre.
Siii. No me miren así. Tienen una abuela que hizo lo que amaba y le fue bien.
Por eso, a vivir haciendo lo que les guste
 Más vale perseguir las pasiones por uno mismo a aceptar el infierno de otros.
Los quiero mis amores.
Quieren más chocolate?

Sin prisas.

Por fin de vacaciones! Igualmente creo que seguiremos en esta situación por el resto de nuestros días. 
No piensas eso Juan?
Bueno Chelo algo así parecido, pero por fin nos tomaremos el tiempo para viajar, eso que tanto añoramos. A ver qué nos depara este país que no conocíamos.
Te parece que vayamos a ver algún museo a ti que tanto te gusta la pintura? 
Juan, podemos hacer todo lo que nos plazca. Caminemos un rato para descubrir sus calles, sus gentes, ese olor a café, que según dicen es uno de los más exquisitos del mundo. 
Vale Chelo. Me encanta el tono y el ritmo de su lenguaje. Te acuerdas que te dije que me gustaría aprender su idioma?
Es verdad. Podrías empezar ahora mismo mezclándonos con sus habitantes y pronunciando las pocas palabras que sabemos a ver si nos entienden. 
Hay un idioma universal cariño. El de las señas. Nos hacemos entender, y si no es posible, pues con el móvil usamos el traductor y ya.
Es cierto, las nuevas tecnologías nos lo hacen más fácil. No te resulta extraño estar andando sin prisas tomados de la mano y con una mochila al hombro?
Extraño, extraño, no. Lo vemos a diario en Madrid. Esos turistas que quieren descubrir todo en tres días. Por suerte nadie nos apura. Mira. Ahí hay una cafetería. Nos sentamos y tomamos uno?
Qué buena idea! El día recién empieza. Sus calles seguirán en el mismo lugar y nosotros nos perderemos por ellas a nuestras anchas 

Llámame.

Te he estado llamando pero no coges el teléfono. No puedo esperar contarte lo que me ha pasado hoy. Estoy súper emocionada. Si parece un sueño hecho realidad!
Te parecerá que este mensaje es una lata, pero cuando lo escuches me llamarás corriendo.
Hoy a la salida del instituto, después de que la madre superiora cerrara la puerta,  nos fuimos todos juntos como siempre.
Qué tonta, si salimos juntas!
Cuando te fuiste me quedé charlando, cotilleando la verdad, con algunos de los compis.
Y a qué no sabes? Claro que no. Por eso te lo cuento.
Todos se fueron menos Ignacio, ese chico nuevo del otro curso que está tan guapo, el que te comenté que me tenía loca. 
Bueno... Pues que quiso acompañarme. Palabras van palabras vienen, me dijo (si hasta todavía me ruborizó) que le gustaba. No pude negarle que a mí me tenía trastornada. 
Me invitó a un helado. No tenía muchas ganas, pero con tal de estar con él un rato más, lo acepté. Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta la esquina de casa. Nos dio vergüenza llegar hasta la entrada y nos despedimos allí mismo. 
Y a qué no sabes? Me besó! Siiiiiiiii, me dio un beso dulce (todavía sabía a fresa su beso) y luego otro y otro.
No daba crédito. Pero seguía ahí. Los dos mirándonos como separados del mundo. Nos separamos con otro más cálido aún y un hasta mañana.
Espero tu llamada.
Anotaré en mi diario este día.
Fue lo más.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Tu foto.

Ayer tarde hablé con ella. Charlamos de todo un poco. Vivimos tan lejos y con horarios tan dispares, que ha sido como un abrazo amoroso casi presencial. 
No hubo video llamada. No podíamos vernos. Sólo intuirnos, sabernos cerca.
Mañana estaremos de fin de semana y podremos seguir con tiempo.
Promete llamarme, pero conociéndola, seguro que se le pasará. 
Me aferro a una foto y la imagino en este día otoñal por aquellos lares.
Hoy discurre su sábado.
Se siente relajada luego de una semana de intenso trajín. 
Se sienta plácida y gentilmente detrás de su escritorio. Si parece contorsionista! Le encanta poner su pie sobre la silla, como cuando era una niña. Sería su postura habitual de jornadas tranquilas y felices.
Alguien, así, desprevenidamente, osa tomarle una foto a la que ella parece ofrecerse sin regatear. Mira a la cámara con su sonrisa sin igual, y.... flasss. La mejor imagen quedó plasmada. Es una hermosa mujer, de entre casa, de descanso, de desenchufe. 
El móvil que la acompaña, reposa sobre una página del libro de turno. Lee uno u otro? Los dos?
Parece que hace fresco. Pero ella es cálida, entregada, transparente como un cielo igual de celeste que su abrigo.
Esta es su mañana y mi tarde de no hacer nada. Ella lee, yo escribo. 





Ritual.

¿Qué tal?
¡Hace tanto que no te veo!
Pero te recuerdo muy seguido últimamente.
Eras un hombre alto. Muy bien parecido. De la vieja usanza. 
Elegante hasta para ir a comprar el pan o llevar a las chicas al colegio. Camisa de mangas largas y corbata para el otoño,
y de mangas cortas en verano. Pantalones oscuros y altos, con el infaltable cinturón a tono.
Una cuerda colgada al cuello perforaba una nuez moscada que según decías, ahuyentaba no sé qué fantasmas. Unos 
calcetines altos, los cortos no eran de tu estilo, y unos zapatos impecables que lustrabas con prolijidad antes de 
calzártelos.
Y ese gesto tan tuyo antes de abrir la puerta para salir. Cogías tu sombrero de copa ancha, negro o marrón, dependiendo.
Era todo un ritual. Tomarlo entre las manos, mirarlo bien, como si nunca lo hubieras visto. Llevártelo a la cabeza. Que 
encajara suave pero firme. Y con ese ademán tan tuyo de: ya está.
Me gustaría volver a vértelo poner. Pero te tengo en mi memoria.
Te extraño papi.

Cita a ciegas...

A él le llama la atención su sonrisa. Es lo primero que vio.
Mujer adulta escondiendo su mirada detrás de esas enormes gafas.
¿Pelo teñido? Seguramente, esas canas que quizás ya inunden su cabeza
descubrirían sus años, a pesar de su apariencia.
Él piensa que a ella le gusta acicalarse, y que se la vea. De ahí los largos pendientes plateados y blancos que cuelgan de sus orejas. La ve feliz, sin ataduras. Pero le queda una duda... ¿Por qué se fotografía detrás 
de un barrote? ¿De qué lado está? ¿Dentro o fuera? ¿Delante o detrás?
Le gustaría hablar con ella para que le cuente si su vida es tan luminosa como el fondo de esa estampa. Si tiene risa fácil o sólo para determinados momentos. Si le molesta tanto el sol que necesita cubrirse.
Sabe que una foto es sólo una aproximación, un inicio de una relación que tal vez pueda ser.
Él ha enviado la suya. Ella está en la misma situación. Le gustó lo que muestra. Ahora debe escribir algo para iniciar el diálogo.
¡Se descubre a su edad tratando de conocer a alguien con métodos tan raros! Sabe que es como se hace en estos tiempos. Lo medita un día y otro. Le da un poco de coraje.
Un día se decide. Espera que un "hola, ¿qué tal?" pueda ser el comienzo de una conversación interesante, con una mujer que también lo parece.
A esperar la respuesta.
Pasan los días hasta que un sonido del móvil le avisa que tiene mensaje. 
Lo lee y...

domingo, 7 de noviembre de 2021

Sabandija.

Era verano? Primavera? Sólo sé que un sol radiante lo cubría todo. Era un glorioso fin de semana en el campo.

Allí íbamos con el que era mi chico. La finca de su abuelo en las afueras, bien afueras, de Buenos Aires. Su padre era el encargado del tambo.

Luego de casi tres horas de viaje, ahí estábamos.

Una llanura verde con olor a vida detrás de la tranquera se abría ante mis ojos. Nos recibieron los perros con su ladridos conocidos y sus rabos en danza a la espera de nuestras caricias.

Yo miraba buscándola.Y allí estaba. La Sabandija, una yegua percherona. Alta, enorme, marrón. Su cabeza se erguía entre elegante y orgullosa, y una mancha blanca a lo largo de su hocico endulzaba sus facciones. Largas crines renegridas se ofrecían sobre sus ojos saltones y profundos. Su mirada firme pero tierna.
Torso robusto. Patas fuertes, como para soportar su peso y el del jinete, con cascos amplios y grises. Una cola lanuda, igual de oscura, casi le llegaba al suelo.
Me acerqué lentamente. Me saludó con su relincho de bienvenida. Reposé mi cabeza mientras abrazaba su cuello. Sentí que me invitaba a montarla. Cuántas ganas tenía.

Juntas nos fuimos, primero a paso lento y luego a todo galope, a disfrutar del día.

Otoño.

Estación de espacios naranjas, amarillos, ocre, como la miel de los panales.
De sabores más tibios y dulces.
De amaneceres tardíos.
De atardeceres precoces.
De humedades matinales que empañan rutas y campos.
De hojas que caen como la lluvia en la tormenta.
De alfombras crepitantes en calles casi vacías.De silencios compartidos con ése que regala el espejo.
De cobijos y úteros introspectivos y cálidos.
De soledades pandémicas.
De días de lectura.
De tardes de mantas.
De noches abrigadas.
De cosechar lo sembrado y de conservas caseras.
De replegarse.
De adormecerse y soñar con pasiones casi perdidas.
De notas y silencios, como se escribe la música en  pentagrama de la vida.

La maleta verde manzana.

Una maleta verde manzana, las de cabina, vieron?

Camina a mi lado, sin que nadie la dirija.
La observo intentando ver los hilos o las manos que la mueve. Pero nada, nadie!
Intento no hacerle caso. Me detengo y ella.... se detiene a mi vera. Corro y ella me sigue. Me asusto, creo que he perdido la cabeza. Me cubro los ojos con mis manos enguantadas. Escucho cómo el carro se aleja.

Despacio, muy despacio abro mis ojos y ya no la percibo cerca. Miro alrededor y la veo que me llama, como para que la siga.

El miedo ha desaparecido. Voy hacia ella 
Me muestra una calle iluminada en una noche húmeda. Parece que me habla y me guía.

La sigo. Una calle, otra, otra. No llego a ninguna parte. Estoy en alguna parte.

Se detiene debajo de un farol alto, renacentista, que destella calor.

Escucho cantos gregorianos que salen de un gigantesco edificio que no había visto.
Estoy delante del Sacre Coeur.

Mi piel se eriza. Mis ojos lagrimean.

Y....... Ahí me despierto.