domingo, 17 de febrero de 2008

El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos

El reloj

La fantasía del universo es el equilibrio.
Esa armonía imposible de alcanzar.
La utopía que parece estar tan al alcance de la mano y que cuando es casi tangible se deshace como pompas de jabón.
Desarma en millones de imperceptibles colores el contraste entre lo posible intangible y lo alienable deseable.
Y es aquí en donde me hallo. Pero del lado de adentro, como en una burbuja.
Da vueltas y vueltas.
Me marea y confunde. Sube rauda empujada por una ráfaga fría y allí permanece frisando hasta las voluntades.
De pronto, un soplo cálido derrite la coraza, aliviana la envoltura, y de nuevo a rodar grácil y gentil, pero en caída libre.
Si antes el cielo era su meta, ahora el piso es el límite.
De cualquier modo sigo la inercia. Me pego a sus paredes intentando amortiguar el golpe.
En ese transcurrir alocado miro a mi alrededor.
Y en ese espacio infinito, veo otros al igual que yo tratando de resistir las inclemencias del tiempo.
Es imposible. Así como las hojas cambian de color, se caen, así también me despellejo. Mis cabellos encanecen, mi piel se marchita y se mancha, mis ojos declinan su visión.
Comienzo a atravesar el agujero de ese gran reloj de arena que es la vida.
Dejo atrás la juventud, las ganas, la valentía, esa osadía que creía mía y de nadie más.
Es tiempo de otros.
Ese tiempo escurridizo y volátil que no le pertenece a ninguno en especial, pero que es de todos.
Ese tiempo compartido invisible, invalorable hasta que nos deja y acaricia a otros.
Hecho una ojeada al camino que transité.
Hay lugares que me gustaría volver a pisar, situaciones algunas a modificar, momentos todos a paladear.
Regresar para asirme de encuentros placenteros que se atesoren en mi humor.
Esa reserva agotable que se deteriora . . . . . . . como el resto de mí.

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