lunes, 11 de febrero de 2008

Ciento ochenta y nueve días

Capitulo Uno

Sigo en mi pequeño bergantín rumbo al Norte, NE para ser más precisa.
Hace escasamente dos semanas que zarpé del puerto de origen.
Según los cálculos, entre longitudes y latitudes, meridianos y paralelos, tengo ciento ochenta y nueve días de navegación sobre un lecho marino, que a esta altura ya se transformó en un gigantesco océano viviente, por momentos calmo y cálido y por momentos tempestuoso y huracanado.
Estoy rehaciendo el camino de vuelta de mis antepasados.
Mis abuelos y mi madre, sí que saben de largos viajes.
Voy lentamente y sin apuros.
Sin agobiar a las velas para evitar que se rompan. Y sin recargar la fuerza del motor, para impedir que se recaliente o se funda.
Es el tiempo que se necesita para arribar tomando todos los recaudos.
Es una hermosa aventura, un tanto solitaria, mas su presencia en mi corazón y mi alma, la torna maravillosamente fantástica.
Estoy aprendiendo a pescar.
Llevo suficientes provisiones para todo el trayecto, con lo cual no debería preocuparme por ese punto. Pero ya que el tiempo parece estancarse en cada minuto, eso de tirar una línea y esperar que algo pique, hace más llevaderas las horas de silencio y soledad.
El anzuelo a veces se hace de peces gigantescos, que atemorizan y paralizan. Lucho contra ellos, les hago frente y huyen raudamente.
La mayor parte del tiempo son pequeños ejemplares que devuelvo al agua. Con ellos comparto la libertad y la alegría.
Algunos delfines parecen haberse hecho amigos. Será de tanto hablarles en voz alta, como charlando con alguien. Saltan, juegan, danzan, se esconden bajo el casco, lo rozan haciéndole cosquillas y luego emergen como tromba, saludándome con sus chillidos.
Cuando me atrevo a zambullirme en este formidable fluido salino me rodean, y hasta hubo veces que me animaron a tomarme de alguna de sus aletas, con lo cual me enseñaron la inmensidad de sus vidas.
Esto es increíble.
Todavía no tomé ninguno de la parva de libros que muy especialmente elegí para esta odisea.
Al que nunca abandono es a mi cuaderno de turno, que voy renovando a medida que en sus hojas ya no queda más lugar ni para una coma. Tampoco se separa de mí una de las ni sé cuantas biromes, que escribe, letra por letra, el espectáculo de este horizonte maravilloso, mis sentires, mis pensares, mis emociones.
Este proyecto fantaseado durante años, llegó para hacerse realidad, y quiero registrar todo, para cuando estén los nietos, poder contarles y leerles, como en un cuento, esta experiencia que estoy disfrutando día tras día.

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