Se estaba acercando la Navidad.
Tenía cita. La estarían esperando.
En la entrada del escaparate una minúscula planta de Pascua tímidamente
invitaba a la celebración. Como contrapartida en una esquina del local un
inmenso árbol con bolas color fresa y luces bien brillantes adornaba el
espacio. En la cúspide una estrella igual de enorme equilibraba la pomposidad.
Había ido a lo de Mar para que le hiciera la manicura acorde con la fecha. Unas uñas de un Ferrari rabioso con algunos
dibujos en purpurina. Todas en el lugar estaban predestinadas a esmaltar
tanto manos como pies en conmemoración. Así lo imponía la moda.
Una vez finalizada la sesión, se encaminó a abonar lo que debía. Pensó que
esos días, y habiendo visto todo con tanta opulencia, el importe del servicio
sería carísimo. Se acercó al mostrador donde la esperaba la cajera con una gran
sonrisa color frambuesa. Hizo la cuenta y le dijo: son 40€. ¡Sí que resultaba
excesivo el importe! - pensó. Intentó
que no se notará que se había incendiado de ira. Sacó la tarjeta y se dispuso al
pago.
Su inconsciente le falló. Sacó la tarjeta del abono transporte. La chica la miró como preguntándole si le estaba tomando el pelo. Le rió alocadamente, asintiendo. La guardó y sacó un billete de 50€ y pagó. Saludó a todas, y huyó raudamente por la vergüenza que pronto se le pasó. Llegó a su casa y admiró su planta de Pascua extremadamente más bonita que esa escuálida y cutre que aparecía en el salón de manicura.
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