domingo, 9 de marzo de 2008

Llora mi país!

Marzo!!!!!

Pasan y pasan los días corriendo una maratón sin límite.
Y en el entre nuestro, la rutina diluye el placer de la vida.
Estamos nadando en el medio de un fluido acuoso que nos hace flotar y otro aceitoso que nos quita oxígeno.
Preparamos un proyecto compartido que suena lindo, en el que hay que creer, y que nos permitiría un gran cambio. Pero ........
Así nos hemos vuelto, descreídos, antes de empezar cualquier cosa.
Sabemos de nuestros potenciales, pero también conocemos las patas gigantes de los Gulliver en el país de los enanos.
La demanda es una constante. Y la solución se inventa a la ligera, como para quitarse de encima la responsabilidad.
Y todo vuelve a empezar.
Ahora con gritos y exigencias que nadie va a escuchar y menos aún resolver.
Es entonces cuando surgen los cacerolazos, que aturden a los instrumentistas; se queman neumáticos que asfixian a los que los encienden.
Y ni que hablar de los piquetes que cansan a los que están a favor, y desgastan la energía de la esperanza de un pueblo en llamas.
El orden, la moral, la ética, las buenas costumbres, sólo figuran escritas en viejos diccionarios que nadie consulta.
Palabras obsoletas que ya no tienen ni sentido, ni sinónimos.
Vuelan y bailan sus antónimos gracias a las urnas repletas con votos de ciudadanos que desconocen sus derechos.
Todos los días un poco más de este caos, como si el anterior no hubiese sido suficiente.
Están probando la resistencia; y como el pueblo está vacunado contra la esperanza y el porvenir, cada uno intenta salvarse como puede.
Si llueve y hay un tornado, cada quien se conforma con lo menos malo para sí.
Si está inundado no importa, la cosa es que se tenga luz.
Si el agua impide llegar a casa, sólo sirve que al auto no se le acabe la nafta para llegar.
Si entra un tsunami en casa, se espera que defensa civil esté pronta a socorrer, para después volver a pedir se la reconstruya en el mismo lugar, donde tantas veces la corriente se llevó todo.
Ciudadanos vacunados contra la indignación y el derecho a exigir redes pluviales de excelencia (para eso se pagan los impuestos), y arroyos libres de basura y remodelados acorde a la época, luego de casi cien años de su construcción.
Importa solo el pellejo propio.
La comunidad, el otro no existe.
Solo cuando alguien se sienta en nuestro camino a orinar su pobreza y a mostrar su mendicidad, ahí no hay forma de no verlo.
Nos molesta, nos trae mal olor, nos contagia su impotencia.
Solamente en ese momento.
Cuando se logra hacerlo cambiar de vereda, ya está. Ahora le toca a otro.
Pero es el mismo mendigo, sucio y sin derechos que llevamos dentro de cada uno de nosotros imposible de hacer desaparecer.
Qué tal si despertamos?

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